Por qué el feminismo también beneficia a los chicos


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Anna Sánchez-Aragón, Universitat Rovira i Virgili y Cilia Willem, Universitat Rovira i Virgili

No siempre es fácil tener conversaciones sobre feminismo con adolescentes y jóvenes; para muchos, tanto chicos como chicas, la desigualdad existió en un tiempo pasado, como en un país lejano y remoto.

Por ejemplo, en España, aunque la mayoría sí lo considera relevante a día de hoy, hay quienes afirman no haber experimentado la opresión del patriarcado. Un 28 % de las chicas asegura no haberse sentido nunca discriminada por razón de género. Para este porcentaje, todo está ya conseguido. Además, en los últimos cinco años estamos viviendo un aumento del antifeminismo entre los adolescentes, sobre todo de sexo masculino, que consideran que el feminismo ha impuesto un pensamiento único.

Es lo que llamamos “el espejismo de la igualdad”. A veces, en las aulas, se hacen bromas de mal gusto sobre las mujeres, el feminismo o la lucha por la igualdad argumentando que “ya estamos en otra pantalla”, desde el sexismo irónico o sexismo hipster. Un ejemplo de este sexismo hipster es el uso casual de palabras despectivas como zorra o puta para dirigirse a una compañera de clase, alegando que es “irónico”.

Así que uno de los principales retos del feminismo es hacer visible la desigualdad y las injusticias aún existentes en sociedades que han puesto fin a la mayoría de las desigualdades entre mujeres y hombres a nivel formal o teórico.

Y la tarea no es fácil, porque estamos familiarizados con los estereotipos y los roles de género que reglamentan la vida humana cotidiana. Algunos ni siquiera los vemos, son invisibles, los consideramos naturales o, incluso, inmutables. Y ahí reside una de las claves principales que explican el malestar y desacomodo de los adolescentes con el feminismo.

El primer paso: la toma de conciencia

Lo primero que tenemos que enseñar a nuestro alumnado es que el machismo existe y se manifiesta de muchas formas, a veces imperceptible. El primer paso para ver la injusticia y rebelarse contra ella es la toma de conciencia; es imposible solucionar un problema si antes no se reconoce que éste existe.

Por eso nos gusta utilizar la metáfora de “ponerse las gafas violetas”, cuya expresión acuñó Gemma Lienas en su libro El diario violeta de Carlota. En él, Lienas usa este término para referirse a cómo cambia tu mirada una vez has tomado conciencia de la opresión de las mujeres –y de los hombres– en el sistema patriarcal.

Acciones en educación primaria y secundaria

La educación es una parte fundamental para tomar conciencia de género. En estudios ya clásicos como Ni ogros ni princesas se encuentra la propuesta de que los centros educativos traten de corregir el desequilibrio que propicia la transmisión de tradiciones, prejuicios y estereotipos claramente sexistas. Ni la educación ni la socialización, ni tampoco la cultura, son elementos imparciales. Y pueden ser responsables de reproducir poderosas imágenes que, bajo la apariencia de posmodernidad, legitimen la desigualdad entre mujeres y hombres.

Introducir ejercicios con perspectiva de género en las aulas ayuda a cuestionar lo que hasta el momento se ha aceptado con normalidad y naturalidad. Por ejemplo, esto se puede conseguir con talleres y debates dirigidos por expertas en feminismo e igualdad, que pongan el acento en los roles impuestos culturalmente y en las situaciones de opresión que viven muchas mujeres.

Idealmente, y como marca la Ley 3/2020 de Educación, la igualdad entre mujeres y hombres debe ser una competencia transversal vinculada al currículo de la educación secundaria.

Beneficios para los hombres

El feminismo propone que los hombres sean libres de expresarse como quieran, en lugar de manifestar su masculinidad de acuerdo con lo impuesto socialmente. Esta imposición de masculinidad hegemónica, que fija unas normas de comportamiento para los hombres, impide a muchos realizarse de forma plena.

Algunos ejemplos son la expresión de género, la orientación sexual o la adopción de roles domésticos o de cuidados por parte de los hombres. Por mucho que parezca que estas normas de género se han suavizado, la realidad es que persisten; aunque se manifiestan de maneras más sutiles y encubiertas.

Una guerra que no es tal

El feminismo no busca la guerra de sexos. En palabras de Nuria Varela:

“Si, como dice el patriarcado, el feminismo propiciase una guerra de sexos, habría muertos en ambos bandos. (…). Si existe una guerra, no es una guerra de sexos, sino una guerra no declarada contra las mujeres”.

Como apunta esta autora, nadie, a lo largo de la historia, ha asesinado, secuestrado o violado en nombre del feminismo. En cambio, el machismo sí tiene como resultado último, en muchas ocasiones, la violencia contra las mujeres.

La llamada guerra de sexos está respaldada por un sistema patriarcal que pretende mantener el poder donde siempre ha estado en nombre de la tradición, la religión o la cultura. Participan de este sistema tanto hombres como mujeres, aunque desgraciadamente son casi siempre las mujeres quienes sufren las consecuencias.

La importancia de la etapa universitaria

En la educación superior también hace falta continuar –y mejorar– la labor hecha en secundaria para que la juventud tome conciencia de que hay un largo camino por hacer en materia de igualdad y feminismo.

Solo así seremos capaces de superar las desigualdades aún existentes entre mujeres y hombres, y también entre mujeres de diferentes clases, orígenes, culturas y generaciones.

Anna Sánchez-Aragón, Doctora en Sociología, Universitat Rovira i Virgili y Cilia Willem, Directora Unitat d’Igualtat, Universitat Rovira i Virgili

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

El ejemplo masculino, una de las claves para educar en igualdad en el hogar


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Diego Martín Alonso, Universidad de Málaga

Recientes informes indican que, aunque está disminuyendo, siguen existiendo prejuicios contra las mujeres que justifican las desigualdades de género, así como un reparto desigual de las tareas domésticas, tanto en los hogares españoles como en el resto del mundo.

La educación, tanto la formal en los colegios e institutos como la que se realiza en casa, debe continuar fomentando relaciones más igualitarias y sanas para todas las personas. ¿Cómo?

No valen solo discursos

El primer impulso cuando observamos que un joven tiene un comportamiento no igualitario o machista es explicarle y razonarle por qué eso que hizo no es correcto.

Por ejemplo, podemos pensar en un adolescente que no asume las tareas del hogar: colada, limpieza o la comida. Lo primero que haríamos es llamarle la atención y explicarle la necesidad y obligación de su colaboración en todo ello. Esto es necesario, pero no suficiente.

Desde estudios recientes encontramos, entre otras, dos cuestiones que son esenciales y que en muchas ocasiones están ausentes: límites y referentes masculinos.

La importancia de los límites

Un problema que se viene observando en las últimas décadas es la dificultad de establecer límites. Esta dificultad es comprensible dado el contexto histórico en que nos encontramos.

El modelo normativo de familia del siglo pasado es el patriarcal, donde el padre ostenta el poder e impone el orden en el hogar. La disolución progresiva y necesaria de este modelo nos deja a los educadores, y en especial a los padres, sin un referente claro al que agarrarnos y con el miedo de no querer replicar ese arquetipo.

Pero cuando se habla de la necesidad de límites no implica la imposición coactiva de estos, ni el continuo recurso de amenazas y castigos. Se trata de que los jóvenes puedan pensar en sus inquietudes, en qué pueden hacer y qué no. Porque no todo está permitido, ni existe alguien que sea capaz de todo.

Repercusiones y malestares

Debemos asumir que una vida sana pasa por la construcción de un proyecto vital que tenga en cuenta que no lo podemos todo, que nuestras acciones repercuten en otros y que, por tanto, solo es posible aquello que cuida y respeta también la vida de los demás.

Porque, además, lo que nos encontramos en la investigación es que cuando los jóvenes no encauzan sus deseos en los marcos de estos límites aparecen diferentes formas de malestares como, por ejemplo, las depresiones, autolesiones, la anorexia o las adicciones. Es decir, los límites no son un obstáculo al desarrollo sino justo lo contrario: son los cauces por los que transitar la vida sanamente.

Personalización y adaptación

Es necesario aclarar que estos límites no son universales, porque cada persona tiene unas capacidades diferentes, unos intereses singulares y unos contextos particulares.

Hay personas con más habilidad para la música, otras con más tiempo para ejercitarse en el arte que les apasiona, en unas familias gusta cenar juntos, en otras cada quien lo hace cuando vuelve hambriento del trabajo, unas casas necesitan una limpieza continua de las terrazas por el salitre que viene desde la playa, otras tienen que sacar al perro a pasear, o tienen familiares mayores a los que cuidar.

Por tanto, para construir unas relaciones igualitarias, en cada contexto es necesario pensar y actuar de forma diferente en relación con lo que cada quien desea y puede hacer.

Entonces, debemos enfocarnos no a la imposición de unas normas universales, sino a un modo de pensar y actuar sensible al entorno y a los demás.

Referentes masculinos

Lo que nos dice la investigación es que nuestros actos no se movilizan solo desde ideologías o discursos. Cuando actuamos se pone en juego, de forma automática e inconsciente, un complejo proceso que incluye nuestros conocimientos, habilidades, valores, actitudes y emociones.

En este engranaje los discursos que formulamos son una pequeña pieza, pero no la única. ¿Entonces, cómo podemos reconstruir nuestra posición subjetiva de manera que nos permita a la vez vivir nuestro deseo y siendo respetuosos con los demás?

Estudios recientes señalan a la necesidad de que, entre otros asuntos, profesionales de la educación y padres asumamos la responsabilidad de ser un referente para los jóvenes. Esto significa algo que resulta fácil decir, pero difícil hacer: pensar nuestro día a día, buscar errores y atrevernos a cambiarlos.

Significa pensar en nuestros malestares y encontrar vías para abordarlos, ya sea en terapia, con actividades artísticas o como cada quien necesite.

Y todo ello en diálogo con los jóvenes para que puedan estar presentes en este proceso en que nos pensamos y cambiamos, y el bienestar que todo ello nos reporta. De manera que esto se convertirá en una invitación para los jóvenes a pensarse y crecer en igualdad.

Una vida apasionada

En resumen, se trata no de ser un padre ejemplar, sino de un ejemplo de padre. Los jóvenes deben buscar sus formas propias de vivir y seguir sus deseos, no los de sus adultos de referencia. Por eso no hablamos de un padre ejemplar y modélico al que imitar: eso estaría en la línea de ese padre patriarcal que impone un modo de ser y relacionarse.

De lo que se trata es de asumir la responsabilidad de mostrar a los jóvenes, con nuestra propia experiencia, que hay formas sanas y apasionadas de vivir que son respetuosas y cuidadosas con los demás.

Diego Martín Alonso, Profesor de Didáctica y Organización Escolar, Universidad de Málaga

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.