Lo que sabemos del papel de la microbiota en el autismo y cómo puede mejorar los tratamientos


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Sonia Villapol, Houston Methodist Research Institute

En los últimos 16 años, el autismo ha llegado a triplicar su incidencia, lo que plantea un colosal reto y muchos interrogantes a la comunidad científica. Se estima que, actualmente, alrededor de uno de cada cien niños recibe un diagnóstico de trastorno del espectro autista (TEA), con una prevalencia cuatro veces mayor en los varones que en las niñas.

El TEA engloba distintas variantes de la enfermedad. Algunos afectados presentan desafíos intelectuales y de comunicación tan pronunciados que requieren cuidados de por vida, mientras que otros muestran síntomas más sutiles.

En cualquier caso, y aunque pueden asomar a lo largo de toda la vida, los primeros indicios de autismo suelen emerger en los primeros dos años de vida. A menudo coexiste con otros trastornos neurológicos o psiquiátricos, como la hiperactividad y el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH).

Una amalgama de desencadenantes

Y si complejas son las manifestaciones del autismo, aún lo son más sus potenciales causas. Se cree que están relacionadas con una interacción de múltiples factores, incluyendo mutaciones genéticas, componentes biológicos y factores ambientales. A pesar de esto, en las últimas décadas han surgido teorías especulativas que carecen de evidencia científica sólida.

Lo que los estudios sí han demostrado es que hay un componente hereditario, con un peso que puede oscilar entre el 40 % y el 90 %. Se han identificado más de cien genes y regiones genómicas asociadas con el TEA, aunque no hay un solo gen común a todas las personas que lo sufren.

A pesar de estos avances en la comprensión de la enfermedad, es importante destacar que solo alrededor de un tercio de los casos se pueden vincular directamente a factores genéticos. Un ejemplo de esto es que ser padre a una edad avanzada aumenta la probabilidad de tener un hijo con autismo. Se debe a que los espermatozoides pueden acumular mutaciones genéticas adicionales relacionadas con el envejecimiento.

Además, las infecciones contraídas por la madre durante el embarazo pueden desencadenar una respuesta inflamatoria que genera niveles elevados de una molécula de señalización inflamatoria llamada interleucina-17a (IL-17a). Ese proceso no solo es capaz de afectar el desarrollo cerebral del feto, sino también de perturbar el equilibrio del microbioma materno, los microorganismos que habitan en el cuerpo de la madre.

Los estudios realizados en roedores han revelado alteraciones en el sistema inmunológico, cambios en el metabolismo del triptófano (un aminoácido esencial) y modificaciones en la comunicación entre neurotransmisores como el ácido gamma-aminobutírico (GABA) y el glutamato en el cerebro. Tanto las bacterias Lactobacillus como Bifidobacterium fueron eficaces para reducir el daño neuronal producido el exceso de glutamato, una característica autista desarrollada por los ratones. Y en estudios clínicos se observó que la bumetanida (un diurético) podría regular la relación GABA/glutamato en el cerebro y reducir la gravedad de los síntomas autistas en niños pequeños con TEA.

El protagonismo de las bacterias intestinales, bajo la lupa

Actualmente, la microbiota intestinal –la comunidad de microorganismos que coloniza nuestro intestino– se ha convertido en un campo de investigación crucial en el estudio del autismo. Los científicos han descubierto conexiones significativas entre el TEA y la incidencia de trastornos gastrointestinales, que afectan a entre el 30 y el 50 % de los pacientes, así como cambios en la composición de su microbiota intestinal.

Investigaciones que analizaron muestras de ADN en las heces detectaron la presencia de ciertas bacterias, como las de los géneros Clostridium o Desulfovibrio, en grupos de niños que padecían problemas gastrointestinales y TEA. Además, se ha demostrado que los filos Bacteroidetes, Firmicutes y Actinobacteria son más abundantes en los niños con autismo que en los controles.

La pregunta surge por sí sola: ¿puede influir la alteración de la ecología microbiana intestinal en la disfunción del desarrollo neurológico? Investigaciones en ratones han proporcionado pistas valiosas en esta dirección. Así, la administración de una especie de bacteria llamada Lactobacillus reuteri logró revertir algunos de los comportamientos asociados al TEA en los animales de laboratorio.

Otros ensayos se han centrado en los efectos de trasplantar la microbiota fecal recogida de niños con autismo a ratones, lo que produjo cambios sugerentes de autismo en el comportamiento de los roedores. Y en estudios clínicos, treinta niños con TEA que tomaron todos los días, durante tres meses, una mezcla de probióticos compuesta por cepas de Lactobacillus acidophilus, Lactobacillus rhamnosus y B. longum experimentaron mejoras en sus habilidades de comunicación, sociabilidad y conciencia.

Otro experimento consistió en administrar Lactobacillus plantarum PS128 a un grupo de 36 niños durante cuatro semanas. Aunque no se observaron mejoras significativas en las puntuaciones de conducta según diversas escalas de diagnóstico, los investigadores sí identificaron una reducción de la ansiedad, la hiperactividad y los comportamientos de confrontación y desafío.

¿Nuevas terapias en el horizonte?

El tratamiento del autismo se basa en un enfoque integral que abarca terapias de diversos tipos (conductuales, educativas y del habla), medicamentos psiquiátricos y dietas específicas. No obstante, hasta la fecha, no existe una aprobación médica para abordar directamente sus síntomas fundamentales, como las dificultades en la comunicación social y los comportamientos repetitivos.

Entender la relación entre la microbiota intestinal y el cerebro promete cambiar el panorama. En el futuro, quizá podamos diseñar intervenciones que combinen la dieta con probióticos o prebióticos, de manera no invasiva, para modular el microbioma de los afectados por TEA. Aunque no proporcionaría una “cura”, podría mejorar los síntomas, que es lo que la mayoría de las familias afectadas busca.

Sonia Villapol, Assistant Professor, Houston Methodist Research Institute

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

El autismo femenino también existe


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Jose Vicente Montagud Fogués, Universidad Internacional de Valencia; Irene Cano López, Universidad Internacional de Valencia; María José García Rubio, Universidad Internacional de Valencia y Marta Aliño Costa, Universidad Internacional de Valencia

Llevamos años creyendo que el autismo era, sobre todo, una enfermedad de hombres. Al fin y al cabo, la prevalencia de los trastornos del espectro autista se ha mantenido durante mucho tiempo en una sola mujer por cada 4 hombres.

Sin embargo, parece que el dato no es del todo real, y que el problema es que tanto las niñas como las mujeres adultas son infradiagnosticadas. Concretamente, se calcula que a los 18 años el 80 % de las mujeres con TEA no han sido diagnosticadas. ¿Por qué? Probablemente pasan inadvertidas porque se esfuerzan en tratar con sus congéneres siguiendo pautas de relación social autoaprendidas.

Alexis Wineman es un buen ejemplo de ello. La joven, con diagnóstico subclínico de TEA en su vida adulta, creció modelando sus comportamientos sociales para “encajar” en la sociedad. Su esfuerzo dio tanto fruto que logró ganar el concurso Miss Montana en 2012 y participó en el certamen Miss América, quedando dentro de los primeros 15 lugares. Su posición le ha dado la oportunidad de llegar a otras adolescentes, e incluso adultas, que intuyen que tienen “algo” que les impiden ser socialmente adaptativas.

Las mujeres con TEA se esfuerzan por socializar

Lo que sucede es que las mujeres con TEA tienen una mayor capacidad para poder “camuflarse” o acomodarse socialmente. Lo hacen realizando ejercicios de imitación y planificación de situaciones sociales, a modo de ensayo, para poder dar respuesta a lo que se espera de ellas

Esto plantea dos inconvenientes serios. Por un lado, no es infalible: el “ensayo” suele fallar ante situaciones imprevistas o cambiantes. Por otro, esta preparación para socializar les genera un gran desgaste

¿Por qué ese desgaste? En esencia porque la estrategia de imitación detectada en niñas y mujeres con TEA supone un aprendizaje explícito sobre cómo se ha de hablar, cómo saludar o cómo aguantar la mirada social. Incluso deben aprender a mostrar preocupación por las emociones de otras personas y a empatizar.

Imitar estos comportamientos sociales requiere mucha inversión en tiempo, observación y recursos. Y como la interacción social está presente en todas las esferas de la vida (laboral, familiar, social, etc), terminan viviendo en un constante estado de alerta. En muchos casos, incluso desemboca en problemas de salud mental como depresión, trastorno de pánico y aislamiento social.

Más neuronas para la empatía mantienen el TEA oculto

A nivel genético, los últimos estudios sobre el tema sugieren que existe un factor protector que podría explicar la diferenciación de las características fenotípicas del TEA según el género. En concreto, parece que en las mujeres la expresión de características clásicas del autismo está reducida.

A nivel cerebral, se barajan varias hipótesis. Es posible que la destacada habilidad en la expresión lingüística atribuida al cerebro femenino, potenciada por la gran cantidad de conexiones entre ambos hemisferios, desempeñe un papel importante. Si el cerebro femenino tiene más conexiones, es posible que las niñas con TEA sean capaces de desarrollar en menos tiempo (y con una menor inversión de recursos) una interacción social aparentemente “normal”.

Por otro lado, existen indicios de que el cerebro femenino alberga mayor cantidad de neuronas espejo, encargadas de tareas como la imitación y el desarrollo de la empatía. Trasladado al TEA femenino, este hecho explicaría por qué en los primeros años de vida la diferencia en interacción social entre las niñas con TEA y las que no tienen este diagnóstico es tan pequeña que muchos de los maestros de infantil e incluso de los padres no se percatan del mismo hasta la entrada en Educación Primaria. Es a partir de ese momento cuando, al duplicarse las cargas lectivas y sociales, las demandas comienzan a superar a los recursos si la niña tiene un diagnóstico de TEA latente.

El diagnóstico llega en la vida adulta

Entender que existe un perfil diferente para las mujeres con TEA está provocando el aumento de diagnósticos en edades adultas. Habitualmente, las pacientes con un TEA subclínico llegan a consulta psicológica con su propio autodiagnóstico, al que han llegado por haber investigado ellas mismas sobre el tema, o porque algún familiar cercano ha detectado sus dificultades y las ha derivado a consulta. En eso se diferencian claramente del varón con TEA, que suele llegar derivado del neuropediatra o del maestro en edades bien tempranas.

El retraso en el diagnóstico y, por tanto, en la atención e intervención psicológica implica que estas pacientes tienen altas probabilidades de padecer otros trastornos como depresión, ansiedad generalizada, ataques de pánico, aislamiento social, y estrés crónico. No es más que el resultado del empeño que dedican a la interacción social para encajar en su ambiente laboral, familiar y social. De hecho, las mujeres adultas con TEA soportan un patrón repetido de rupturas con los trabajos, las parejas y amistades. De ahí la importancia del diagnóstico.

Desde el punto de vista clínico, el diagnóstico en edades adultas supone en muchos casos el punto de inflexión necesario para que las pacientes entiendan qué les ocurre desde que son conscientes de sí mismas. Algunas describen que, tras el diagnóstico y junto con la explicación pertinente del mismo por parte del profesional, sienten una especie de “liberación emocional” al tomar conciencia de que existe un trastorno que explica lo que les lleva ocurriendo toda la vida.

En otros casos, las pacientes entran en un estado de confusión motivado especialmente por la sensación de no entender el motivo de su retraso en el diagnóstico. O sienten que han perdido el tiempo y los recursos adaptándose continuamente a su situación.

En cualquier caso, a partir de ahí se ha de trabajar en terapia estos sentimientos con herramientas como la reestructuración y la reconducción de la situación con el objetivo de reducir el nivel de alerta en el que vivían anteriormente al diagnóstico y también para incrementar los niveles de confianza en sí mismas.

Finalmente, se recomienda la intervención focalizada en romper con el estigma del TEA que pueden adquirir las personas de sus entornos más próximos. Es probable que algunos de sus familiares, amigos o compañeros de trabajo no entiendan el diagnóstico debido a los enormes esfuerzos que ha realizado para resultar “socialmente aceptables”.

Jose Vicente Montagud Fogués, Neuropsicología y Daño Cebrebral, Universidad Internacional de Valencia; Irene Cano López, Coordinadora del Máster Universitario en Neuropsicología Clínica, Universidad Internacional de Valencia; María José García Rubio, Codirectora de la Cátedra VIU-NED de Neurociencia global y cambio social – Profesora Máster Neuropsicología Clínica – Miembro del Grupo de Investigación Psicología y Calidad de vida (PsiCal), Universidad Internacional de Valencia y Marta Aliño Costa, Directora de Máster – Neuropsicología Clínica y Neurociencias, Universidad Internacional de Valencia

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Documental: La infancia perdida


Documental polaco:

Cuando no hay adultos, los niños deben madurar antes.

Ola tiene 14 años y debe ocuparse de su padre disfuncional, de un hermano autista y de una madre que vive lejos. Deseosa de reunir a su familia, organiza una fiesta por la primera comunión de su hermano.

Comunión, se ha exhibido en festivales como el IDFA, el Festival Internacional de Cine de Locarno y Sundance. «Komunia / Communion» (2016) fue galardonado el Mejor Documental de la 30ª edición de los Premios de la Academia de Cine Europeo (European Film Awards).